5 de abril de 2010

Pobres personas

Caminando por la calle pude ver unas cuantas palomas. Y mientras las observaba pensaba… Pobres palomas, no saben porque viven, ni porque vuelan, ni porque son libres, ni siquiera que cualquier día puede venir una persona y matarlas. Pensaba… pobres palomas, son iguales a nosotros.
Ayer recordaba a un ciego que pudo ver la realidad mejor que cualquier otra persona. A un sordo que supo escuchar los consejos que sus seres amados le daban. A un mudo que dio los mejores consejos en el momento que el prójimo lo necesitaba. Y a la sonrisa clavada en mi rostro al verte sonreír. Necesito la hermosa desgracia de verte al menos una vez más.


“Sólo al soñar tenemos libertad, siempre fue así y siempre así será.”


“Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida. Dejar de lado todo lo que no fuera vida para no descubrir en el momento de la muerte que no había vivido. (J. Keating)”



(Las dos frases que están entre comillas fueron sacadas de la película “La sociedad de los poetas muertos".)

3 de abril de 2010

Falsamente feliz

Yo era un hombre tímido, un hombre falsamente feliz que trataba de esconder su tristeza y soledad con una falsa sonrisa. Mucha gente decía que no era normal, escuchaba música clásica, vivía lo más lejos posible de la sociedad, hacia años que estudiaba medicina y era esclavo del alcohol.
Ella, hermosa, fuera del alcance de cualquier ser mortal. A pesar de eso no era tan diferente. Al igual que yo, presentaba distintos problemas sociales, siempre rodeada de hombres, criticada por mujeres. Me llegó a enamorar tan profundamente que era capas de dar lo poco que quedaba de mi alma por tenerla cerca.
Yo era un hombre tímido. Falsamente feliz. Me hablaba, yo temblaba, sonreía y terminaba robando mis palabras. Con el tiempo nos fuimos haciendo cada vez más amigos. Me regaló una esperanza que luego se derrumbaría por el supuesto romance que ella mantenía con un compañero. Mis sentimientos fueron sinceros, los de ella… falsos. Luego, se arrepintió, quiso estar con migo. Una lámpara que creía definitivamente apagada, se volvió a encender. Mi tristeza parecía desaparecer. La estaba amando y ella a mi. Era hermoso, tal vez, lo mas hermoso que pude sentir.
Yo era un hombre tímido, falsamente feliz. Ella me engañaba, yo lo sabía pero nunca lo dije. Paulatinamente dejaba de hablarme para que yo supiera de sus intenciones. Pregunté desde cuando, contestó… “desde el principio.”
Fue en ese momento cuando mi falsa felicidad se convirtió en una tristeza evidente. En plena soledad me di cuenta que si ella se arrepintiera nuevamente, yo iba a estar esperándola, sin importar cuanto me lastime. ¿Por qué? Porque no era su interior al que amaba, sino su eterna y maldita belleza.
Finalmente, falsamente feliz, ella volvió y me dijo que me amaba, que nunca lo había dejado de hacer y que por favor la perdone. Evidentemente otra mentira que me estaba poniendo en la misma situación antes vivida.
Mucha gente decía que no era normal, escuchaba música clásica, vivía lo más lejos posible de la sociedad, hacia años que estudiaba medicina y era esclavo del alcohol. La invité a pasar la noche en mi casa, alejada de la enferma sociedad. Antes de que se de cuenta estaba dormida, cloroformo. Al despertar, estaba en una camilla, atada de brazos y piernas. Quería ver su sufrimiento, su cara de desesperación, sus lágrimas cayendo en las mejillas. Yo la amo a ella, la amo.
Solo para verla mejor, poco a poco fui cortándole el pelo, dejándola completamente calva. Solo para verla mejor, poco a poco fui cortándole su cuello, pero aun dejándola con vida. Solo para verla mejor, poco a poco corte sus brazos y piernas, por sus codos y rodillas. Solo para verla mejor, saque solo algunas de sus piezas dentales. Solo para verla mejor, extirpe ambos ojos y un pecho. Tan solo para verla mejor.
Yo era un hombre tímido, muy tranquilo. Falsamente feliz. Y aun la amo, mutilada y agonizante la amo y me parece preciosa. La protegí y curé hasta que sanó, le daba de comer y también la bañaba. Hasta que un día, entre balbuceos me preguntó porqué. Yo le respondí que pronto demasiado distante estaría y que fue a partir de esa noche que comprendí que no amaba su cuerpo, amaba su interior, la amaba a ella. Hermosa, fuera del alcance de cualquier ser mortal.
Fue entonces cuando dijo entre lágrimas y más balbuceos… “pero si me amaras, no me harías sufrir.” Y yo respondí… “Amada mía ¿acaso tu no has dicho que me amas? y sin embargo yo he sufrido por mucho tiempo. El amor y el sufrimiento querido ángel, van de la mano."
Ahora yo cuelgo de una soga atada al cuello, en la fuerte viga del sótano de mi casa, donde ella se encuentra, aún mutilada recostada en la camilla. Mis sentimientos fueron sinceros, los de ella… falsos.

Leandro M. Acosta.




Basado en "Suicidio en carta".